domingo, 30 de junio de 2013

Rehaciendo toda una vida

Se dice pronto... 


A las personas nos cuesta mucho tomar nuevas referencias, renunciar a tantísimas cosas y asumir otras nuevas. Aún ahora cuando se supone la situación algo superada de toda esta tormenta que ha supuesto mi separación, siento aún que no seré capaz, que hincaré la cabeza antes o después, que no será posible salir de ésta medianamente airosa.

Ahora mismo siento que es necesaria una recapitulación. Rehacer una vida, reorganizarla y prepararla para el éxito no puede pasar sin echar la vista a atrás reconocer errores y llevar a cabo nuevas pautas corregidas para obtener resultados, como mínimo, diferentes a los anteriores, a los fallidos.

Los geht's!

Érase una vez...

Tenía 20 años y después de algunas idas y venidas decidí no exponerme más emocionalmente porque sólo me llevaba a experiencias para nada placenteras que reducían mi autoestima a la nada. Cerré capítulo, le dije adiós a la persona que evocaba mi yo víctima y decidí, de alguna forma, como ahora, tomar las riendas de mi vida y escribir yo misma cuál sería mi futuro.

A penas unas semanas más tarde conocí al principe azul de esta historia, al que sería mi amigo, mi compañero, mi mayor admirador durante los siguientes diez años de mi vida. Diez años cargados de todo tipo de experiencias pero con diferencia, diez años impresionantes de amor con mayúsculas. Sentí que había cerrado esa espiral fea que llevaba a las mujeres de mi vida, mi madre, mi abuela, al fracaso emocional y en consecuencia personal, hasta los últimos días de sus vida. Mi hombre era uno de esos maravillosos, desde que se levantaba hasta que se acostaba, que vivía, respiraba, todos los días, durante casi diez años, por su princesa, por mí. Aún se me pone el vello de punta al recordarlo y eso que lo expresado no hace ni mucho menos justicia a la realidad, a la calidad de persona con la que estuve tratando, lo dicho, amor con mayúsculas.

Pero no por nada dicen que los principes azules no existen y hete aquí que estos casi diez años de relación se quedaron en nada al comprobar su forma de hacer las cosas cuando sus intereses un día, sin más, cambiaron.

Sólo cuando miro a nuestros dos hijos pienso que algo de todo esto mereció la pena y que no habrá sufrimiento ni humillación que no merezca la pena vivir por tenerlos a ellos dos en mi vida. Lo cual, dicho sea de paso, no hace necesaria la situación que estoy viviendo. Estoy convencida de que una pareja con hijos se puede separar sin necesidad de dañarse tanto. Vamos, de hecho siempre pensé que de sucedernos algo similar (no lo pensé mucho, la verdad), con todo el amor que nos habíamos tenido seríamos incapaces de hacernos tanto daño. No, no, no, eso no iba a ser posible.

Pues, ¿no querías sopa?