lunes, 22 de julio de 2013

La noche de los fuegos

Ayer nos estábamos preparando para ir a ver los fuegos artificiales y con prisa porque teníamos que irnos. Yo estaba tendiendo la ropa y poniendo otra lavadora, dándoles de merendar a los niños y sin darme cuenta, pisé un clavo y qué clavo señores. Me atravesó el zapato y se me clavó en el pie, llamé a un servicio de consultas sanitarias para saber que tenía que hacer porque el clavo estaba oxidado y me dijeron que tendría que ir al centro de salud. ¡Fantástico! 

Me lavé bien el pie y limpié todo el rastro de sangre que había dejado, me acabé de preparar, vestí a los niños y puse rumbo al ambulatorio. 

Al llegar le expliqué a la de admisión y pasé a la sala de espera, al poco tiempo me llamaron y entré, era el médico de urgencias, me miró el pie y me dijo que no era nada pero que por precaución me pondrían la vacuna del tétanos, así que le enseñé mi mejor nalga entre bromas porque yo pensaba que me la pondría en el brazo y poco después charlando de cuatro tonterías nos dimos los teléfonos y quedamos que le llamaría.

Me fui para casa feliz como una perdiz pensando en a qué hora vendrían mis padres ese día de trabajar para poder liberarme de los niños e irme a tomar algo con el guapo médico majetón y al llegar a casa mi madre que se había preocupado por mi percance, dijo que volvió antes y que ya se quedaría en casa. Entonces vi la oportunidad y le dije si podría quedarse con los niños, que se habían dormido por el camino, para poder salir yo a tomar algo y me dijo que claro. 

Le mandé un mensaje al doctor y quedamos, todo fue genial. Bueno todo menos por el hecho de que en lugar de un guapo médico me atendió una señora de unos cincuenta años con el humor justo para acabar su turno. En realidad tampoco me pudieron poner la vacuna porque había una lista de espera de dos horas en urgencias, por lo que decidí irme sin vacuna ya que después de preguntarle mi hijo si tenía juguetes, la señora le contestó muy seca que no y vi claro que era un suicidio intentar esperar allí ese tiempo.

Llegamos a tiempo a los fuegos, los vimos, nos fuimos a casa alrededor de las doce y mis padres no habían llegado todavía, acosté al pequeño y poco después al mayor y aquí se acaba la historia. ¡De sueños también se vive!

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