lunes, 19 de agosto de 2013

Día 6

Hoy tenía que recogerlos a la salida del cole de verano del mayor y ha llegado con quince minutos de retraso. Estábamos esperándole y mi hijo mayor me ha dicho que no quería ir con su padre, el pequeño que se estaba despertando de su siesta en el coche tampoco quería despegarse de mí.

Entre tanto ha llegado su padre y ante la negativa de los niños, su solución ha sido hacerles más presión e intentar encandilarlos con cosas materiales, presión que no surtía efecto. Después de varios minutos dejando que fuera él el que les convenciese, le he pedido que me dejase a mí hablar con ellos, pero no me escuchaba por lo que yo intentaba tranquilizar al pequeño mientras el mayor se veía atosigado por la presión de su padre. Finalmente he conseguido coger el timón de la situación y después de hablar con mis pequeños y decirles que se lo iban a pasar muy bien y que mamá se iba a esperarlos a casa, se han quedado con morritos pero sin llorar. 

Ha sido realmente difícil, me alegro de que me tengan tan presente y de que todo lo material no sea más que eso, cosas que impresionan los primeros días pero que transcurridos los cuales adoran volver a su rutina, sus normas y su mamá.

He pasado la tarde en la peluquería con el teléfono en la mano y pensando en que se lo estarían pasando bien, me lo repetía una y otra vez. También me preguntaba por qué si él hace todo tan a la tremenda, no nos da dinero ni si quiera apoyo real, yo tengo que estar a la altura y no poder decirle, los niños se quieren quedar intentémoslo mañana otra vez o en otro momento. Me resulta todo muy injusto.

A la vuelta les esperaba ya desde menos cinco en la puerta de la calle para darles la bienvenida y decirles que mamá había hecho hamburguesas con patatas para cenar. No de esas que se compran en restaurantes fastfood, no, de esas que se hacen en casa, con diferentes ingredientes y con mucho amor.

Cuando han llegado a la puerta de la finca han pasado todos de largo, todos, incluida ella con su hijo, que miraba hacia la entrada de mi casa y cuando me ha visto ha girado la mirada. Han parado en un camino vecinal que hay a escasos veinte metros de la entrada donde yo esperaba y se han bajado del coche para después traerme el padre a los niños sin el resto de la familia dentro. Cuando ha llegado, no me ha comentado nada y cuando se ha ido, mi hijo me invitaba a ir a saludar a la amiga de papá, están aquí alado me decía, cuando le he dicho que mejor que no y le he instado a volver a casa a comer ricas hamburguesas me ha dicho que esperásemos un momento para decirles adiós por lo que al cabo de dos minutos, pasaban nuevamente por la entrada de la finca y les hemos dicho adiós. Vergonzoso. Siento vergüenza ajena.

Mis hijos han vuelto contentos, se lo han pasado bien pero como ya le pregunté ayer si quería quedarse alguna vez a dormir con papá hoy me ha dicho que se lo ha pasado bien pero que a dormir con mamá. ¿Qué estoy haciendo? Debería mantenerme recta como un palo y no dejar que sus sinsentidos asolen nuestra tranquilidad sometiendo a mi hijo a la presión de decidir si quiere o no, ir a dormir con su padre.

Por mi parte, he decidido no pedirle nada más, no discutir nada más. Pedirle algo es darle una invitación a que me hiera, a que me humille, a que me haga discutir delante de los niños y no se lo voy a permitir. Ahora son tiempos de tensión y espero que a la vuelta de unos meses todo esté más tranquilo y podamos normalizar algo la situación.

Estos días también me están haciendo recapacitar mucho y darme cuenta de muchas cosas. Confío en que me ayudará en el futuro. 

Permanezco positiva.

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