jueves, 29 de agosto de 2013

Una de vaqueros

Agotando ya las últimas horas en la tierra patria hemos ido hoy a un rancho que hay cerca de una playa dispuestos a que mis pequeños jinetes se subieran a un poni a trotar

Cuando hemos llegado nos hemos cruzado con un señor con cara de pocos amigos pero como andaba atareado transportando cajas pensé que trabajaría de mozo de las cuadras o qué sé yo. Mirando los caballos de repente nos ha desaparecido y mirando por las diferentes casetas me he dado cuenta de que no había nadie. Al cabo de unos minutos ha aparecido y le he preguntado si era él el que se encargaba de entregar los equinos y sin ni si quiera mirarnos ha contestado que sí y me ha dicho el precio. Le he dicho que queríamos un poni y le he preguntado si sería posible subir a mis hijos juntos, me responde que no, sin más explicaciones e insisto, sin ni si quiera mirarnos. Mi hijo me pregunta que por qué (qué novedad) y le digo que supongo que es porque es demasiado peso para el caballo pequeñito, que es como llama mi hijo a los ponis. El hombre se gira, algo airado y nos dice que no, que nada que ver, que el problema es que las piernas de los niños golpean las del poni al caminar y lo lastiman. Le he contestado algo sorprendida porque hablamos de un niño de a penas 4 años y otro de 22 meses, a los que sus piernas ni si quiera superarían el contorno del lomo del animal. Se gira y con mal gesto me dice que adiós y buenas tardes. Me quedo perpleja, mi hijo mayor se asusta y por si no fuera poco, estalla de indignación y a gritos y esta vez dedicándome todos sus sentidos y su mirada, me dice que siempre tiene problemas con los padres, que los niños no hacen más que darle problemas y cuando me di cuenta que miraba a mis hijos con cara de ira, salí de mi asombro de golpe y urgí a los niños a irnos, como él nos seguía, cogí al pequeño en brazos y le dije al mayor que fuera más rápido, viendo nuestra reacción elevó el volumen y prosiguió detrás nuestra hasta que también cogí al mayor y empecé a caminar apresurada, o todo lo que pude. Cuando lo tuve a una distancia prudencial y agotada por el peso de los niños y la mochila, me detuve, cogí el teléfono y marqué el teléfono de la policía local. Fue genial añadir a este mágico momento el hecho de que mi marido no hubiera pagado la factura del teléfono y tenía la línea cortada. Pensé en llamar al 112 pero viendo que el hombre, aunque seguía a los gritos no se acercaba, los volví a cargar en brazos a los dos y corrí todo lo rápido que pude hasta el coche. Sol, calor, treinta grados, el polvo del rancho impregnándose por todo, cuando estaba a punto de ponerme a llorar vi que mis hijos se reían a causa de los saltos que iba dando mientras corría y cómo hacía que ellos se desmelenaran. En lugar de llorar, me puse a reír con ellos y acabamos a carcajadas cuando llegábamos al coche. 

Pasé miedo pero me río cuando lo recuerdo y no estoy tan segura de que mis hijos puedan decir que no montaran a caballo, ¡y juntos! 

Nota mental: la próxima vez que me vaya de "Dora, la exploradora" por el mundo sola, con los niños, por favor, comprobar que tengo linea en el móvil!

4 comentarios:

  1. Fundamental la linea de movil, Dora

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si, quién nos lo iba a decir hace unos años. Ahora salir por ahí con los niños sin poder hacer una llamada de emergencia a una amiga o a la policía local ;) le da demasiada emoción a la cosa. Me resisto y me quedo en casa. A ver si consigo solucionarlo.

      Eliminar
  2. Que loco, los caballistas son ASI de locos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Te puedes creer que dije justo eso? Eso sí, cuando ya estaba sentada en mi coche y a salvo.

      Eliminar